sábado, noviembre 18, 2006

Bajo fuego

Parece frívolo pero después de todo lo que pasó, no veo otra manera de contarlo.

A veces hay cosas en la vida que parece detener la tuya, o las de las personas que están cerca. Una de ellas, por ejemplo, es volver a tu casa un día en el que estás MUY cansado por el trabajo y encontrar a tu abuelo tirado en el suelo, víctima de un pequeño problema cerebral (lo de pequeño es el diagnóstico que vino días después, pero el efecto instantáneo que me provocó fue casi un paro cardíaco a mí, que estoy sano).

Y otra, a nivel mucho mayor, fue lo que le pasó a mi ciudad el miércoles pasado (15 de noviembre si no quieres calcular la fecha).

Decir que fue una zona de guerra por una media hora... yo no estuve nunca en una zona de guerra. Pero supongo que es lo que más se acerca, y muchos hemos visto ciertas películas.

El granizo del tamaño de un puño no es nada gracioso. Sobre todo si estás bajo un techo de chapa como yo; aunque el techo era fuerte y las viguetas de madera muy gruesas, sinceramente creí que se nos caería encima. El club en donde estaba sufrió rotura de muchos vidrios e inundaciones muy graves (por suerte el piano y el vitraux se salvaron). El cartel de metal de la entrada flameaba como una bandera.

Yo pude volver a casa sano y salvo, sin siquiera mojarme, y mi casa estaba en la zona tranquila (ok, no se rompió nada, pero mi hermano tuvo el mismo presentimiento que yo, que la sola vibración del bombardeo rompería todas las ventanas). La luz volvió a la tarde del día siguiente.

En el regreso se podían ver las plazas completamente verdes... es decir, también las calles internas, las estatuas, los bancos... todo estaba cubierto por un picadillo verde de hojas y pequeñas ramas. Las plazas eran, entonces, grandes cuadrados verdes. En Plaza Pringles se cayó un árbol gigantesco. Incluso un día después, la curva junto al monumento a Sarmiento estaba llena de hojas y los autos no se animaban por allí. Y la plaza Sarmiento parecía arrasada por un huracán, con tantas ramas por el suelo. Realmente me sentí como cuando era boy-scout y atravesaba bosques perdidos por alguna parte...

Y qué decir de los autos... los diarios dicen que los mecánicos están entregando ya turnos para enero. En horas se agotaron los vidrios en las vidrierías, y las colas eran de al menos media cuadra. La Municipalidad tuvo que poner una excepción de 90 días para la prohibición de no circular con los vidrios rotos, ya que son muchos los automóviles que perdieron la luneta trasera o una o más ventanas laterales. Es totalmente común ir por la calle y notar automóviles con el techo con decenas de cráteres pequeños, como si fuera la superficie de la luna. Los chapistas no dan abasto, y la gente no sabe dónde reparar sus vehículos. Como siempre, hay rumores sobre precios aumentados artificialmente, pero los negocios aclaran que la materia prima sencillamente no tiene precio: los stocks de vidrio de todo tipo se agotaron y las fábricas de la zona trabajan a destajo.

La suerte salvaba a algunos y castigaba a otros. Los que tenían sus autos en una cochera subterránea o bien cubierta, respiraron tranquilos. Los que las tenían en cocheras con techos de chapa o plástico, no. Los autos que estaban en la calle terminaron semi demolidos por la balacera celestial, y sus dueños a veces heridos al tratar de llegar a ellos y salvarlos. Un amigo me contó como su auto se salvó de milagro de ser aplastado por un techo de chapa que se derrumbó por el peso del hielo; era el auto de al lado. Otro me cuenta como su cuñado tendrá que pagar 5.000 pesos de arreglos, cuando el auto era casi nuevo y vale unos 30.000. Historias de esas hay a decenas.

Como dijeron por allí, mientras en el centro, una de las zonas más afectadas, la gente corría para salvar sus autos, en las zonas más pobres la gente corría por sus vidas y las de sus familiares. En zona sur y suroeste, muchas casas tenían techos de fibrocemento u otros materiales similares. Han quedado como coladores. La gente sencillamente no tenía donde resguardarse.

Hay varias postales particularmente tristes, como la del depósito de trolebuses municipales o la del hipódromo, que perdió los techos de las caballerizas y los pobres caballos estaban prácticamente al aire libre. Otra postal es la del estacionamiento cubierto con tela plástica que, como si fuera una telaraña gigantesca, soportaba kilos y kilos de bolas de hielo, sobre los techos de algunos autos.

El intendente dijo a un diario que él, en 50 años que tiene en la ciudad, nunca vio nada así. Y debe ser cierto porque tampoco mi padre puede recordar algo tan terrible.
Las víctimas han sido muchas, además de las materiales por roturas. Muchos fueron tomados totalmente por sorpresa, ya que la tormenta cayó sin preaviso (ni lluvia, ni viento, ni relámpagos). Hubo controversia, pero lo cierto es que el Servicio Meteorológico Nacional había decretado una alerta en toda la zona. Pero muchas veces la gente no les hace caso. En todo caso, nadie esperaba esto, porque aquí a veces llueve fuerte y con mucho viento, pero no graniza de esa manera (es la tercera ya, antes fueron Buenos Aires y Córdoba, parece que las supergranizadas se ponen de moda por aquí). El clima era malo, estaba muy nublado, pero no hubo nada que anticipara esa momentánea noche infernal. Sencillamente el cielo se nos cayó encima.

Hubo todo tipo de heridos, desde los que tenían cortes en la cabeza hasta los muertos. Hoy pude ver a la madre de un amigo mío que tenía un moretón de 6 centímetros en un brazo, un dedo del pie casi fracturado y ese mismo pie todavía hinchado por el traumatismo. El techo de plástico de la parada del autobús quedó como queso gruyere, y no les sirvió de mucho. He leído sobre esto en los foros; incluso al rebotar el hielo era muy doloroso. A esto hay que sumarle las muertes por lo imprevisible: una mujer murió atropellada por un hombre que intentaba llevar su auto dentro de una cochera para resguardarlo; un hombre mayor murió del susto al ver cómo se desplomaba un techo frente a sus ojos.

En la ciudad, los destrozos fueron muy extendidos. Las principales zonas afectadas fueron el centro y macrocentro, y la zona sur y suroeste. Es decir, tocó a ricos y pobres por igual. En un lugar se desplomó el techo de un supermercado humilde; en otra parte un Alfa Romeo parecía haber sido atacado especialmente mal.

Las zonas con ventanales han sido particularmente afectadas. Muchos edificios modernos tienen grandes superficies espejadas o con ventanas; se puede medir su suerte en nula (sobrevivieron el 10%), escasa (el 25%), moderada y así. Pero en las zonas afectadas, casi ningún negocio tuvo una suerte del 100%, y al menos un vidrio se ha roto. Algunas cuadras estaban valladas, ya que los edificios más altos tenían vidrios antiguos, del tipo que se astillan en grandes trozos y pueden ser mortales si caen sobre alguien. En otros casos, el granizo había roto incluso paredes y ventanas de vidrio blindex, del tipo más grueso, que tiene una película plástica en el medio. Esto mismo pasó con algunos autobuses; escuché la anécdota de que un conductor ordenó a la gente que se tiraran al piso del pasillo central poco antes de que las ventanas comenzaran a estallar.

La tormenta destrozó todo. Muchos aparatos de aire acondicionado tienen grandes marcas en la parte posterior, fruto del granizo que cayendo en diagonal aplastaba las placas de la toma de aire. Hay aleros de semáforos visiblemente deformados. El alumbrado público en ciertas partes estaba destrozado. Los carteles publicitarios hechos de todo tipo de material plástico y/o vidrio tienen agujeros enormes; sólo se salvaron los toldos hechos de lona gruesa. Incluso he visto como el granizo levantó el aluminio que tienen las membranas asfálticas que se usan para impermeabilizar los techos. Ni hablar de las cortinas o techos hechos de media sombra, como llamamos aquí a la tela plástica diseñada para parar el sol, o la tela metálica usada como mosquitero. Como si les hubieras puesto una granada cerca.

Pero dos han sido las cosas que más me han marcado y permiten apreciar lo peligroso de la tormenta que azotó a Rosario por una media hora. El primero, los techos de techas molidos, como si alguien los hubiera agarrado a martillazos. Estoy hablando de todo tipo de tejas; he visto al menos media docena de casas en esas condiciones. El segundo, ver que la fuerza del impacto alcanzaba para arrancar la pintura de las paredes. O, en su defecto, hacer saltar la pequeña película de suciedad que tinta rápidamente los frentes de las casas. Manchas blancas y grisáceas más que evidentes en muchas partes, como si gigantescas gotas de agua se hubieran fundido con la pintura al hacer impacto.

Rosario se recupera, como mi abuelo (que ahora está al 95%, como me gusta decir a mí). Pero después de sufrir esas dos cosas en casi una semana, uno se pregunta si eso que pesa tanto realmente pesa tanto. Porque esos días yo estaba totalmente destruido en lo físico, y en parte en lo anímico. Pero sobraron fuerzas para ayudar a mi abuelo o para sacar agua de mi club semi-inundado, salvando el piano.

Uno se pregunta qué cosas realmente pueden detenernos. Porque así como está mi ciudad ahora, amoratada y desgarrada, seguro que con el tiempo sigue siendo linda.

PD: esta porquería nueva de Blogger me hizo perder media hora tipeando para luego perder la mitad de lo que había escrito. Ironías... hablando de cosas que intentan detenernos.

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