jueves, enero 17, 2013

Un vuelo meritorio

Existe una frase que dice: "los pilotos de caza hacen películas; los pilotos de bombarderos hacen historia". Sin desmerecer a ninguno, lo cierto es que muchas veces los primeros son más conocidos, mientras los segundos quedan relegados y se desconocen sus hazañas y logros.

Uno de estos vuelos casi milagrosos, y poco conocidos, es el que protagonizó la tripulación del Stinger 883 en la Guerra de Vietnam.

Los Stinger eran aviones cañoneros: transportes desarmados que eram cargados hasta lo imposible con sensores, blindaje, armamento y municiones. Estaban erizados de cañones de todos los calibres, y su misión era la destrucción de objetivos móviles: principalmente oleadas de infantería que atacaba bases aliadas y camiones utilizados por el Vietcong para transportar pertrechos de guerra, personal y otros elementos desde sus santuarios fuera de Vietnam (en países fronterizos neutrales) hasta el frente.

El AC-119K Stinger era un curioso avión, como todos
los cañoneros, impulsado por dos motores a
turbohélice y dos a reacción, para darles la potencia
necesaria para levantar y mover toneladas de blindaje,
cañones, munición y sensores.
No es de extrañar entonces que muchos de estos extraños aviones fueran utilizados en secreto sobre países que no entraban dentro de la guerra, como Laos. El principal objetivo era la llamada Ruta Ho Chi Ming, una verdadera carretera bajo la jungla, atestada de puestos de artillería antiaérea, señuelos y todo tipo de peligros.

El vuelo en cuestión ocurrió en la noche del 8 de mayo de 1970, y se ha convertido en una anécdota no muy conocida. El Stinger 883 estaba operando sobre Ban Ban, en Laos, descubriendo y destruyendo dos camiones en un camino seriamente defendido por la artillería antiaérea. Los capitanes James Russel y Ronald Jones, que operaban los sensores, descubrieron a tres blancos más y entonces el avión se volvió a posicionar para el ataque, con tan mala suerte que instantáneamente seis posiciones enemigas abrieron fuego simultáneamente, extendiendo una barrera de fuego muy difícil de superar.

El copiloto, capitán Bren O’Brien, dejó lugar para que la escolta atacara, descargando los F-4 sus bombas mientras el cañonero circulaba por la zona. Entre el fuego antiaéreo, el capitán Milacek, el piloto, recomenzó el ataque y destruyó otro camión.

Todo parecía estar bien, pero a las 1 de la madrugada, después de pasar dos horas de vuelo de misión, los proyectiles enemigos impactaron el ala derecha. El avión comenzó a caer hacia ese lado, mientras el piloto anunciaba su casi segura caída por la radio. Inmediatamente le dio la orden al sargento Adolfo López Jr., que era el operador de iluminación, que arrojara el lanzador de bengalas para aligerar el aparato. El capitán Milacek instruyó a todos para que se prepararan para saltar en cualquier momento.

La situación era totalmente desesperada: el cañonero perdió altitud a razón de unos 300 metros en pocos segundos, y no tenía mucho margen adicional. El piloto y el copiloto unieron fuerzas para mantenerlo estabilizado, utilizando toda la potencia de los motores derechos y exigiendo lo máximo de las superficies de control izquierdas. Con muchos problemas lograron hacerlo. Por si fuera poco, de los motores salían llamaradas de casi un metro de longitud, que señalaban a los artilleros enemigos donde disparar. De esta manera comenzaron a dirigirse a territorio amigo. El navegador, capitán Roger Clancy, anunció que, aunque la dirección era la correcta, no tenían suficiente altitud como para sortear una serie de montañas que estaban en el camino. ¿Había algo más que pudiera salir mal? Sí. La tripulación descubrió que el consumo de combustible dejaría secos los depósitos antes de llegar a la base.

El Stinger 21 parecía ya una nave condenada; sin embargo todos continuaron dando lo mejor de sí. Cualquier cosa innecesaria fue arrojado por la borda, logrando que el avión lentamente llegara a los 3.300 metros de altura. El ingeniero de vuelo, Albert Nash, anunció entonces que el consumo de combustible había descendido lo suficiente como para poder regresar.

Así quedó el 883 luego de su encuentro con el enemigo y
el milagroso aterrizaje. Fotografía de AC-119 Gunships.
Al acercarse a la zona de aterrizaje, el piloto chequeó cuidadosamente todos los intrumentos, asegurándose de que éstos le dieran el control suficiente como para lograr un descenso seguro. Sin embargo, sin saber exactamente cuales eran los daños del ala, decidió hacer un aterrizaje sin flaps, tocando tierra a una velocidad mayor a la usual (150 nudos en lugar de 117). Todo fue bien y nadie salió herido.

Cuando la tripulación salió del aparato, descubrieron que un tercio del ala derecha (que comprendía una sección de poco más de cuatro metros) había sido arrancada por la artillería antiaérea. El avión era casi imposible de volar en esas circunstancias; sin embargo, ellos lo habían logrado. Debido a esto, la tripulación del Stinger 883 ganó el Trofeo Mackay 1970 por «el vuelo más meritorio del año».

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